Recuerdo perfectamente que una de las cosas que más me llamó la atención cuando fui a Chipre fue el cielo.
Tal vez fuese porque estábamos en un pueblo en la montaña, porque me inspiraba más a la calma, o simplemente porque nos pasábamos los días en la calle.
O tal vez no.
Quién sabe.
El caso es que las nubes se movían increíblemente rápidas; y, a veces, sorprendentemente bajas.