Yo no te lloré, ¿sabes? 
Al menos no lo suficiente. Tal vez algunos meses después. Un año volví a derrumbarme.
Pero, en aquel momento, no lloré de verdad. 
Lloré al verte llorar. 
Lloré por hacerte sufrir. Por haber pasado tanto tiempo, tantos momentos, tantas historias. 
Sobre todo por haber(nos) luchado tanto. 
Por haberme visto obligada a terminarlo todo. 
Por saberte perdido, seguramente, para siempre.
Siento que no podía ser de otra forma en ese momento. 
Que no podría haber vivido todo lo que viví, crecido todo lo que crecí. 
Y seguramente tú tampoco.
Entonces no me arrepiento. 
O tal vez sí. 
Porque podríamos haberlo llevado mejor. Pero éramos niños. 
Éramos solo niños...
No podríamos haber aguantado. No sin hacernos daño. 
Pero no hablo de eso ahora. Hablo de hoy. Ni siquiera sé si hablo del futuro. Pero sí de hoy. Literalmente
De que hoy te he escrito y me has hablado.
Y, sin embargo, aquí estoy. Te lloro ahora. Sí. Ahora. Siete años después. Y me duele. Y te sigo llorando. 
¿Te quiero? ¿Te extraño? ¿O sólo quiero nuestra relación? 
¿O sólo te quiero a ti en cada relación, en cada persona, en cada amor? 
O tal vez sólo necesito tu cariño incondicional. El que sentías por mí. El que yo sentía por ti.
Me adorabas, ¿verdad? 
Y yo te despreciaba, te trataba mal sin merecerlo. 
Lo hice tantas veces sin darme cuenta... 
El ser humano y su capacidad de dañar a todo lo (el) que se preocupa por él.
Desde entonces no he parado, con nadie, ¿sabes? 
Porque no sé si tú lo hiciste, pero yo nunca me perdoné. 
Nunca. 
Todo el daño que te hice. Que me hice.
Tú también me hiciste sufrir, un poco más tarde. 
Cambiaste. 
O yo te cambié. 
Y lo merecía.
¿Qué sentido tiene todo? 
Él no es tú. Y yo te necesito a ti.
Cuando te rompí, mi mundo se rompió contigo. 
Lo impensable, lo que nadie conseguía, tú lo hiciste. 
Qué vida tan loca llevábamos, ¿no?
¿Recuerdas las primeras veces que nos vimos? 
No aquellas en las que coincidíamos. No. 
Las que nos empezamos a ver.
¿Imaginaste, entonces, que pasaríamos todo aquello?
Yo no.
En esas primeras veces fue en las que mi mirada se fundió con la tuya. 
Y el resto es historia. Esta, en concreto.
Caí en ti como en una bajada de montaña rusa. 
Todo pasó muy rápido. Y en apenas unos días, te lo daba todo. 
Todo, ¿me oyes?
Me perdí. 
Y me encontré. 
Y me conocí. 
Gracias a ti. 
A través de tus ojos, que me amaban. 
A través de tu mirada, que me abrazaba. Y que nunca más me soltó.
Ya no consigo verme como lo hacías tú.
Hoy escuché tu voz. 
Por primera vez en siete años. 
Y me sentí abrazada. De verdad. Por primera vez en mucho tiempo. 
Pienso en ti. 
Quizás hasta me haces falta. 
Eras tú. Y nadie más.
Eres tú. 
Dicen que el lenguaje corporal no engaña. Que las mentiras se cuentan parpadeando. 
Y yo, cari, nunca he vuelto a mirar fijamente a los ojos diciendo un te quiero.
Y oye, que nunca olvides, que aún hoy, te pienso. 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario