Mi casa en Rumanía, como la mayoría, o mi bloque más bien (también como la mayoría) tiene una puerta trasera. En este caso, desde mi ventana puedo verla, así como el pequeño aparcamiento en el que juegan los niños los sábados, y las entradas a otros bloques. Y los balcones. Tantos balcones cerrados y cubiertos, contra nieve y comunismo.
Esta mañana, cuando me levanté, había una señora mayor con un pañuelo en la cabeza, barriendo las hojas de árboles que el otoño había depositado en el suelo. Una gran fiesta de tonalidades marrones y amarillas, si me preguntan a mí. Tenía una gran cesta de mimbre junto a ella. No sé si lo hacía por gusto, si vive por aquí, si le pagaban -no creo- o si estaba buscando algo.
Una de esas incógnitas que rodean a las personas anónimas y que no tenemos por qué saber nunca -ni deberíamos-. 
Por fin, me decidí a escribir sobre Rumanía. Debería haberlo hecho antes, aunque me di cuenta de por qué. También dejé muchos escritos sin publicar sobre México. Pero la razón principal en este último caso fue mi "comodidad" con el sitio y la gente de allí y poco tiempo para estar sola; y, en Rumanía, bueno, y en general, que no puedo escribir exclusivamente frente a una pantalla. Necesito escribir contemplando a la gente, como a esa mujer que encontré hace un rato mirando de casualidad a través de mi ventana. 
El 27 de julio, en Bucarest, escribí: "Si no fuese por mi intercambio, muy probablemente nunca habría viajado a México, y mira lo que me deparó. ¿Cuándo habría visitado Rumanía? Y a saber lo que me espera aquí... Y es eso. Justo eso. La necesidad. La sensación. La incertidumbre. La emoción. Y el miedo. Lo que me da la vida. Lo que me salva de ella. Lo que me hace feliz. "
En mi segunda visita a la capital, vi un edificio con marcas de balas en la fachada. Probablemente hay más. Y aún más a lo largo del país. La relativa libertad e independencia de Rumanía son aún tan recientes históricamente, que en algunos rincones pudiera parecer que siguen viviendo bajo el régimen comunista de Ceaușescu. Al fin y al cabo, de eso no hace aún los 30 años.
Llegué aquí un 14 de junio. Del pasado junio. A este país tan torturado y machacado -como muchos otros- por la cultura popular, los prejuicios y las discriminaciones. La imagen exterior, que nos gusta llamarla. Antes de venir me empeñé en encontrar artículos, testimonios de gente, de españoles, que habitaran aquí, para desmentir mitos. No podemos ser todos tan estúpidos, me decía.  En uno de los que más me marcó, que no recuerdo de dónde era, leí algo así como que, Bucarest, podía ser una capital tan atractiva y éste un país tan pintoresco como las típicas capitales a las que todo el mundo migra ahora -a saber Berlín, Londres, París...-, sólo que menos explotada. 
Supongo que toda esta arquitectura, toda esta historia reciente, son parte de su magia. Y qué magia. 
Cuando salí del aeropuerto pensé en Cancún. La humedad con la que me recibía la capital en verano, aunque con menos calor, me recordaba muchísimo a la sensación que sentí cuando aterricé en tierras mexicanas. En las carreteras, el paisaje era raro. Distinto a lo que había visto antes. Aunque tampoco de otro mundo. Era una sensación de frío, de multitud... Pero a la vez, de acogedor. No era fría su gente sino el ambiente. 
Aun así, cuando llegué al que sería mi pueblo durante -al menos- los próximos 11 meses, otra vez esa sensación de familiaridad. Sus calles, y algunas de sus tiendas, aún hoy, me recuerdan a aquellas de Cancún. Incluso algunos puestos de comida callejera, y la actitud de sus gentes, me hacen olvidar a veces en qué parte del mundo estoy. Supongo que mi mente me juega malas pasadas en cuanto a recuerdos. También me digo que esa sensación de familiaridad en un país extranjero y desconocido es el resultado de varias experiencias y viajes, de la costumbre de salir de mi zona de confort, o incluso un recurso que tiene mi inconsciente para hacerme sentir en casa en cualquier parte, asociando sitios que no son -a simple vista- lo mismo.
Sin embargo, al mismo tiempo, sigo pensando que Rumanía y México comparten esos aires que ellos consideran de tercermundismo,  los mexicanos con respecto a Europa, los rumanos con respecto a la Europa central u occidental. Algo que es muy curioso, por cierto. Porque confirman aún más sus similitudes. La risa e incredulidad de un amigo de México cuando le comenté que Rumanía, a veces, también se consideraba tercermundista en Europa...
A día de hoy, extrañamente, no es la primera vez que caminando por una calle se me olvida que estoy en la Europa del Este porque me siento en España. Su cultura, sus bares, mi comodidad, algunos paisajes, la sociedad...
 
Me encantan tus reflexiones...no dejes de escribir...
ResponderEliminarMuchísimas gracias, eso trato :)
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