Hoy, queridos amigos, en tiempos de coronavirus, os voy a contar una de las historias más mágicas y maravillosas que me pasó nunca, para que volváis a creer en esta vida loca y que nunca deja de sorprendernos.
Resulta que hace casi 4 años, yo vivía en Francia y estaba de Au Pair. Estaba bastante mal ahí, todo hay que decirlo, probablemente la peor experiencia de mi vida, pero una que -como todas las malas experiencias- trajo muchas cosas buenas. Entre ellas esta, probablemente, la mejor.
Cuando se acercaba navidad, yo tenía claro que no podía volver. Los padres trabajaban en turnos muy raros y no tenían vacaciones, así que a mí me quedaban como 4 días libres y los vuelos eran muy caros. Sin embargo, la madre era azafata y tenía descuentos en vuelos que, algunas veces, podía pagarme. Total que me dije: ¿y si miro a otro sitio?
He de reconocer que la idea de viajar sola y pasar una Navidad en otro país siempre me pareció una loca idea maravillosa de las de escapada de película, pero a la vez mi año anterior tampoco pasé navidad en casa porque estaba en México y ya me faltaba.