Ha entrado en la habitación...
Mientras escribo estas líneas, lo tengo sentado delante... Ve las noticias sin sonido para no molestarme.
Creo que es la primera vez que contiene sus ansias por rozar cualquier parte de mi cuerpo, cualquier centímetro de mi piel desde que estoy aquí.
¿Que cómo puedo escribir algo tan personal estando junto a él? El papel es mi aliado.
Sabe que es lo mío. Por eso no hace ni un movimiento para no distraerme. No me habla.
El papel no es mi aliado, mi aliado es él. Sé que jamás intentaría leer nada que apareciese en mi cuaderno sin mi permiso, aun cuando yo lo dejase abierto a su lado.
Paro de escribir y lo observo. No sabe que lo hago. Su mirada fija en la televisión hace que sólo pueda ver de él su cabellera. Ese pelo en el que tantas veces he enredado mis dedos, que tantas veces he olido al abrazarlo sin que él lo sepa. Cuando nos alejamos el uno del otro, puedo notar el tacto de ese cabello en las yemas de mis dedos.
Acaba de echarme una manta por encima sin tan siquiera mirarme a los ojos. Sabe que estoy concentrada aunque no sepa en qué. Sabe que estoy escribiendo, lo que no sabe es que él se ha convertido en el objeto de este escrito desde que cruzó la puerta.
Idílico, ¿verdad? Propio de escena de película, pensaréis. Ya. Claro. De todo el mundo se puede pensar eso cuando no conoces el trasfondo de la historia, cuando no sabes lo que sucede a su alrededor, cuando no tienes una mínima idea de la situación que soporta para, en estos momentos, poder estar sentados uno junto al otro, en una práctica tan ordinaria como observar la pantalla de una televisión.
Es cierto. Porque cuando estoy con él no veo lo que emite, sólo observo la pantalla, simulo estar interesada cuando lo que hago la mayor parte del tiempo es mirarlo a él de reojo, y aprovechar cualquier segundo para girarme y besarlo; acariciar sus manos cogidas entre las mías y centrarme en ese tacto...
Se acomoda en el sofá, con cuidado, como siempre, para no molestarme...
Describo cada uno de sus gestos como si estuviese pintando un retrato. Yo pinto con las letras. Mis trazos son palabras, mi caballete no es más que un papel, y mi tabla de colores es un simple tintero... Pero lo más importante es la historia que se cuenta, y yo creo estar contando la más maravillosa de todas.
Sé que el principio de este texto ha quedado olvidado, y mi historia ha dado un giro repentino. Pero no puedo escribir sobre miedo cuando la comida está caliente sobre la mesa y él no ha probado bocado. Ni siquiera me ha instado a que lo haga yo...
Quizás en otra ocasión, aunque parezca hipócrita por hoy.
Pero lo cierto es que no puedo hablar de miedo, teniéndolo a él.
Para terminar, unos versos a los que mi mente se ha trasladado durante esta situación...
"Yo te hablo de poesía
y vos me preguntás
a qué hora comemos.
Lo peor es que
yo también tengo hambre."
(Alicia Partnoy)
 
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