Cuando Erika se despertó eran aún las cinco de la mañana. Apenas había pegado ojo. Su audición no le había permitido hacerlo. Estaba realmente nerviosa, sabía que la de hoy sería la prueba de fuego, la
prueba en la que descubriría si estaba hecha para esto.
El sueño de Erika siempre había sido ser actriz.
Cuando era pequeña y las niñas de su edad jugaban con muñecas, ella jugaba a “los cines”, intentando
imitar escenas de películas que ella había visto con sus padres. Y no lo hacía nada mal. Su madre solía
decirlo: ella podía interpretar a cualquier actriz que se propusiera. Pero Erika sabía que su fuerte no era
fingir emociones;
 más bien al contrario, lo que se le daba mejor era fingir que no pasaba nada. Era por eso
que siempre le salían mejor los papeles de “la mentirosa” o “la mala”. En las obras del colegio la
llamaban “la fría”. Pero sus padres siempre la animaban: “Nosotros somos los que te hemos visto actuar
desde pequeña, Erika. Ellos sólo te han visto en una obra o dos”, solía decir su padre; “Además, siempre
has sido una niña muy cariñosa. No tiene ningún sentido que te digan eso. No es cierto. Es retorcido y lo
sabes.”, continuaba su madre. Tras estas palabras, Erika siempre lograba sentirse mejor.
Una vez acabado el instituto, Erika lo único que quería hacer era Arte Dramático. Tras muchísimos
intentos de sus padres y otros familiares para que estudiara “una carrera como Dios manda”, finalmente
todos la habían dejado en paz. Sabían que ella sólo les haría caso si conseguía pasar alguna audición
antes. Por eso, esta mañana, Erika estaba tan nerviosa…
Se levantó silenciosa de la cama, se dirigió a la ventana, descorrió las cortinas y abrió la ventana: era una
maravilla. Erika y sus padres se habían mudado a vivir al campo cuando ella tenía 6 años; y aunque aún
se acordaba con añoranza de su anterior casa en la ciudad, ahora con 18 años se sentía la joven más
afortunada del mundo por poder pasar tantas horas a solas tumbada sobre la hierba de aquel paraje. O por
poder ensayar sus papeles junto al río, hablándole a las ardillas o abrazando a los árboles, sin que nadie la
molestase. Se solía comentar que la familia de la joven era una familia “de película”, nunca mejor dicho.
Aunque la audición no era hasta las nueve de la mañana, Erika tenía mucho que ensayar antes.
Apresurada y silenciosa, corrió a darse un buen baño. Se vistió, se peinó y se maquilló un poco, pero lo
justo: al jurado de las audiciones no suele gustarles un exceso de interpretación en la vida real.
Posteriormente volvió a su habitación para hacer su cama, recoger algunas cosas y preparar el bolso. Dejó
su cartera abierta, encima de la cama: cogería más dinero en cuanto acabara de ensayar. Bajó corriendo
las escaleras, aún descalza para no hacer ruido, y se preparó el desayuno: una tostada con mantequilla y
mermelada y un zumo natural de naranja. Llegó Matty, su pequeño bulldog, a saludarla dando saltos. ¡Y
menos mal que apareció! Erika había olvidado que tenía que atarlo fuera para que no molestase.
Una vez fregados todos los platos, barridas las migas de pan del suelo, y guardados todos los “chismes”,
miró el reloj: eran las siete. Tenía algo menos de una hora para ensayar, puesto que debía conducir otra
hora hasta llegar a la ciudad y quería llegar un poco antes a la audición. No se lo había recordado a sus
padres la noche anterior para que no la interrumpiesen en su último ensayo antes del “gran debut”, como
ella llevaba los últimos días llamándolo.
Erika se dirigió a un cajón de la cocina a coger “el cuchillo grande”, aquel con el que siempre ensayaba
las obras y que incluso tenía una etiqueta con su nombre (puesta por sus padres). Lo levantó hacia arriba y
hacia abajo, varias veces, como si estuviese apuñalando a alguien. Recordó las veces que le habían
repetido aquella famosa frase “métete en tu papel lo máximo que puedas”. Y ella sabía que podía mucho
más… Subió las escaleras con el cuchillo en la mano, se dirigió a la habitación de sus padres, y antes de
que alguno de los dos despertase alzó el cuchillo y lo bajó varias veces, atravesándolos a ambos, y
pensando en su frase principal de la audición “Ahora podréis controlarme como no lo hicisteis en vida”…
Dejó el cuchillo en el suelo, cogió todo el dinero que había en el cajón de la mesilla de sus padres, se lavó
las manos en el baño y se dirigió a la puerta. La dejó abierta: nadie podría hacerles daño. Se despidió de
Matty y se disculpó por tener que dejarlo atado.
De camino a la audición, Erika no lloraba, no sentía nada.
Incluso segundos antes de empezar, no dejó entrever ni un atisbo de emoción, de intranquilidad, de
nerviosismo…“Ahora sé que soy una gran actriz”, pensó cuando fianalmente se plantó frente al jurado.
 
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