martes, 22 de julio de 2014

La daga de la hostilidad

Cuando eres tocado por la daga de la imprudencia y la hostilidad no hay ángel ni demonio que valgan. Tu única ley de vida es esa daga. Es tal la imprudencia que ni tan siquiera merece elevarse a la categoría de "ley", porque no se rige por unas normas.

Simplemente aparece. Llega. La sueltas. Se va. Y te arrepientes.

Entonces la frase "el fin justifica los medios", se convierte en "los medios justifican el fin".
Porque no hay un fin. No hay intención alguna. Es simple imprudencia. Es hostilidad repentina. Casi innata. Inherente a ti, aunque todos crean que es intencionada.

¿La víctima? Cualquiera que se cruce en tu camino. Conocido o no. Querido o no. Importante o no. Con razón o sin ella. Simplemente porque sí. Porque llega. Porque notas que la daga se dirige hacia ti. Te roza con la punta. Comienza a apretar. Empiezas a sentir dolor. Un dolor que siempre está ahí pero que únicamente aflora cuando la daga se aproxima. Y la proximidad de la daga es directamente proporcional a tu proximidad a alguien. O a la proximidad de alguien a ti.

Cuando te aprieta lo suficiente, lo sueltas.

Puede ser cualquier cosa. Un ataque de furia. Un grito. Una dura afirmación. Una palabra. Una mirada. O un silencio. Nadie sabe decir cuál es peor de todas ellas. Cuál consigue mejor su propósito.

¿Qué propósito? Ninguno. Ninguno hasta que la explosión termina. Hasta que la daga se aleja de nuevo de tu cuerpo. Hasta que observando a tu alrededor, te das cuenta de cuánto daño has hecho. La daga apretaba tan fuerte que fuiste totalmente capaz de traspasar tu dolor a todo el que te rodeaba. Y cuando ya no sientes el dolor, ellos aún lo notan. Porque ellos no sintieron la daga, tú lo hiciste. Y por la misma razón ellos no notaron cuándo se alejó, mientras tú sí lo hacías.

Algunos aún pensarán que es una leyenda. Que tal daga no existe. Que no son más que ataques de rabia. Que la intención es hacer daño. Pero no es así.

La intención es que la daga nunca vuelva. Que desaparezca para siempre una vez cumplido su cometido. Pero todos olvidan para lo que sirve un arma. Ella sí tiene un objetivo. Y su objetivo es hacer daño. Si no, nunca será un verdadero arma. Si no, su creación habrá sido en vano.

Porque cuando la daga deja de ejercer presión, sigue al acecho. Nunca se aleja del todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario