lunes, 16 de marzo de 2015

El secreto de la infelicidad

Hace un tiempo solía pensar que mi vida era una locura. En ese momento, entre la niñez, la adolescencia y la juventud, realmente lo era. Siempre lo había sido. Y por mucho que digáis que los problemas de esa época no son de verdad, para mí fueron los más reales. O tal vez sólo fuese por el hecho de que aún estaba experimentando con la vida, con las personas, conmigo misma…

Y es que la crisis de “encontrarse a sí mismo” es algo de película de Hollywood hasta que te percatas de que esos momentos de ansiedad, agobio, llanto y mal humor intercalados con risas descontroladas, desconfianza en los demás, odio personal y existencialismo crónico no son más que tu entrada en esa fase de “madurez”.
Porque allí es hacia donde todo el mundo dice que vas: hacia la madurez. Algo tan abstracto pero a la vez tan recurrido que hasta te lo crees. Te lo crees y parece ser cierto, en principio. Pero luego descubres que a lo que la gente llama madurez no es más que a volverse rancio. Y que si bien tú sabes perfectamente que has alcanzado una madurez intelectual que no creías posible, para ti se trata de desarrollo personal y no de madurez tal cual –esa palabra es lo peor que se ha inventado para referirse a gente que toma decisiones y responsabilidades, parece que si no pasas por esa etapa, que si no la llamas así, eres un niño de por vida-.

¿Y qué hay de malo en ser un niño de por vida? Pregunto yo. Pero claro. Es evidente: que el resto no te toma en serio. Y subrayo resto, porque es una palabra que adquirirá un significado especial en todo este lío en el que te has metido. Un lío comúnmente llamado vida.

Total, que allí estaba yo. En esas de pensar “mi vida es una mierda”, “el resto es feliz”, “por qué no puedo tener un vida normal”, "por qué no puedo ser feliz”. Es ese momento en el que todo lo de alrededor te parece estable menos tú. Sabes que la felicidad existe pero no sabes cómo alcanzarla; cada vez que te parece hacerlo, algo vuelve a tambalearse. Los pilares que sostienen tu vida no están a la misma altura, y a cada segundo eres más consciente de que en realidad ella sigue en volandas y las columnas sólo son un apoyo superficial, similar a la gomaespuma.

Pero, obviamente, nada es permanente. Ni siquiera lo malo. Como leí algún día por ahí, “recuerda que incluso el peor día de toda tu vida tiene sólo veinticuatro horas”. Y es cierto. Así que cuando fueron pasando los años, cuando fui ‘creciendo’, algunos momentos parecían durar para siempre. De repente algunos mecanismos de mi vida se hacían de acero. Del bueno. Del inoxidable. Todo sucedía lenta pero constantemente; y antes de que hubiese sido capaz de evitarlo, mi vida había dado un giro completo sobre sí. 
Me senté, inspiré profundamente, y me di cuenta de que por primera vez en mucho tiempo parecía ser feliz en todos los aspectos de mi vida. Era como si las áreas vitales más preguntadas en el tarot estuviesen estables y perfectamente en concordancia con el resto sin necesidad de que las cartas me lo dijeran. Y tenía la seguridad, la confianza, la certeza, de que seguirían así por mucho tiempo.

Y lo hicieron… Siguieron así. Pasaron meses, años, antes de que alguno volviese a salirse de su camino; pero incluso cuando esto sucedió, el resto de mi existencia era tan aparentemente perfecta que no me importó lo más mínimo. En absoluto. Por primera vez en mi vida me di cuenta de que era feliz.
Y en el mismo momento en que tuve esa certeza, se esfumó. Vale. Tal vez no fuese en ese instante. De hecho tardé bastante en darme cuenta. Pero al final lo hice. Descubrí el secreto de la felicidad. O, más bien, el secreto de la infelicidad. Me percaté, quizás más tarde de lo que hubiese deseado, y después de todo lo que lo había soñado, de que la felicidad permanente es escasa porque nos arruinaría la vida.

Fui consciente, de que una vez que la felicidad me había llegado, mi vida parecía tan constante y perfecta que se hizo aburrida. Llegó la monotonía, la seguridad, la confianza en mí misma, en lo que quería hacer, en con quién quería estar. Casi podía decir que me había encontrado a mí misma… A mi yo interior… Pero me cansé. Eché de menos los días en los que mi vida era inestable, en los que no sabía cuál sería mi siguiente paso, con quién o quiénes, ni cuál la siguiente caída.

Entendía entonces el mundo, y entendía la vida. Comprendí que debe ser imprevista para que no se haga aburrida, que ha de ser infeliz para vivir los momentos de felicidad, que ha de ser triste en ocasiones para darnos cuenta de todos los sentimientos que podemos albergar. Y es que son muchos. Es imposible hacer una lista de todos lo que sentimos a lo largo de un día, a lo largo de un mes, mucho menos a lo largo de una vida. Y es por eso que no podemos limitarnos a crear un clima estable y de aparente felicidad, porque es esa misma apariencia la que nos hará infelices. Pero será una infelicidad tan constante que censurará todos los sentimientos existentes en el ser humano, quedando reducidos a uno: la sensación de vacío. Y es precisamente esa sensación, la de estar vacío, la que acaba con una persona. Por dentro y por fuera.



‹‹Porque el secreto de la felicidad reside en ser infeliz el resto del tiempo; y el secreto de esta última, en saborearla con los cinco sentidos y los que queramos añadir de más…››





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