jueves, 10 de septiembre de 2015

México duele

México es un país de costumbres. Buenas y malas. Movibles y arraigadas.
Pero, por encima de esas costumbres, las convenciones nunca tendrán más valor.
Porque no hay nada más maravilloso que la riqueza cultural de lo ancestral; ni nada más odioso que oír sin escuchar, que ver sin mirar, que vivir tu vida sin que sea tuya...

Lo cierto es que, a estas alturas, México me duele. No porque ya me sienta mexicana,
ni porque crea que me pertenece o que yo pertenezco a él (ni siquiera tengo esa relación de tenencia con mi país, ni creo que la sienta nunca).

Pero México me duele. Y me duele porque cuando hablo de la dulzura de sus gentes, de la belleza de sus lugares, de la pureza de su naturaleza, de sus niños correteando, de familias felices...
Cuando lo cuento, cuando lo muestro, cuando lo siento, la gente piensa que todo es perfecto. Que México es un lugar como otro cualquiera, aunque con muchas diferencias sociales.

Pero no. Ese es el problema. Que no es una sociedad cualquiera. Y que cuando piensas en esta gente,en lo que ha sufrido y luchado, en lo que ha pasado y pasa; y que siguen siendo felices, sonrientes y gentiles... Casi puros.

Cuando te das cuenta del acto tan grande de valentía que supone que después de que te arrebaten tu cultura, te la saqueen, no sólo logres que no desaparezca del todo; sino que crees una completamente nueva, hecha de muchas y de ninguna. Y que consigas que esa casi nueva cultura tenga tradición, llegando incluso a ser referente y mundialmente identificada como tuya. 
Cuando piensas eso, cuando oyes cómo son y sientes como sienten, parece incongruente que esa sociedad -precisamente esa- sea una población desesperanzada.

Una suerte de hiperpueblo conformista y sin sueños colectivos, como sociedad.

Y es entonces, en ese mismo instante, cuando lágrimas rabiosas resbalan por mis mejillas.

Porque me duele, que me duela, y a ellos no. Que siento que México me duele más a mí que a los mexicanos.

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