Lo que más me ha llamado la atención de todo lo que he descubierto a estas alturas es que no sólo los tontos son falsos. Ni todos los falsos, tontos.
Que no toda la gente que parece buena lo es, ni hay que huirles a todos los que tengan aspecto chungo. Y no. Ni siquiera en México. Es más, especialmente en México.
En estos meses he conocido a mucha gente. Muchísima. Y a algunos los he conocido de verdad. También he conocido a gente que ya creía conocer. He descubierto aspectos que me eran ajenos en otras, y he re-conocido a otras tantas -de esas que te lo esperas tanto que ni te sorprenden-. 
Y cuál ha sido mi sorpresa al descubrir que gente muy inteligente y con principios muy fuertes e ideales muy justos, a la hora de la verdad caía ante las superficies. Personas que, después de todo lo que parecen, dicen, hacen o te hacen sentir, son completamente contrarias a su propia personalidad. Engañan a los demás y, peor aún, se engañan a sí mismas.
Eso significa, entonces, que por encima de toda cultura, de toda nacionalidad, de toda clase social e incluso económica, somos todos iguales. Las personas, seguimos siendo personas. Y lo seguiremos siendo.
Y a este respecto, después de todo, he de decir que cualquiera se rinde ante los principales obsesiones del ser humano. Las pasiones. Y, sobre todo, el poder. Y la atención. Esas palabras que a todos nos llenan la boca y a algunos incluso el alma. Porque al final es lo que todos ansiamos, sea en la forma que sea. Poder ante una sola persona, ante tu pareja, amigo o familiar, poder ante tu profesor, ante tu jefe, o ante tu mascota. Y otro tanto con la atención, algo que el ser humano necesita y anhela, pero que pocos se ganan. Y no tiene caso que explique las escalas mayores, que todos las conocemos lo suficientemente bien.
¿Significa esto, entonces, que no hay solución alguna?
Que no importan las separaciones y divisiones que hagamos durante nuestras vidas, las preferencias, las elecciones, o incluso la suerte, porque a fin de cuentas todos tendemos hacia lo mismo.
Quizás sí y quizás no. Pero es un poco duro pensarlo, creo yo.
De hecho, si hiciera una lista sobre las cosas que me han pasado desde que he llegado aquí, los problemas que he tenido con muchas personas, y otros aspectos, juro de verdad que no cabrían en este blog. Y hay muchos que pueden dar fe de ello.
Pero, por encima de todo esto, lo que quería recalcar es que por cada persona dañina, he conocido a varias maravillosas. Que por cada relación malsana, he vivido otras tantas enriquecedoras.
Lo que quiero decir con esto es que confío en las personas. De verdad. Con total sinceridad. Confío plenamente en la gente, y aprendo de ella a diario. Incluso de las más estúpidas o las que menos pareciesen que pueden aportar. Y no quiere decir esto, ni mucho menos, que vaya por ahí haciendo amiguitos, contando secretos ni ilusionándome por doquier. Nada más lejos de la realidad. Pero, sinceramente, y en estos momentos de incomunicación que vivimos, ¿qué hay más enriquecedor, satisfactorio e interesante que relacionarse con la gente? Con gente nueva, con la que no conocemos, con la que conocemos de sobra, con la que nunca vemos y la que encontramos por primera vez. Con aquellas personas por las que lucharíamos y con tantas otras por las que no daríamos ni un duro.
Y sí, yo misma reconozco que he sido tan egocéntrica a veces que creía que tenía la respuesta a toda relación humana. Que entendía a la perfección el mecanismo de la comunicación y comprensión de las personas entre sí. Pero no. Para nada. De hecho, y con todo, me quedo con lo que he aprendido. 
Porque es así. Es cierto que nunca puedes saberlo todo de una persona, que nunca las conoces realmente, pero es que es gracias a eso que no paras de aprender con y de ellas. Si no, ¡qué aburrida sería una relación de cualquier tipo!
Porque sí. Yo misma he aprendido algunas cosas valiosísimas. He aprendido que por mucho que me guste hablar, no puedo forzar a nadie a hacerlo. Y que por mucho que me guste escuchar, no todos quieren ser escuchados. Tampoco se puede obligar a oír, ni a contar, ni a hablar, ni a sentir ni a decir...
La comunicación no tiene sentido si una de las partes no tiene la intención de participar. Pero, al mismo tiempo, hay que arriesgar ciertas cosas y tener paciencia con otras para que el proceso no se convierta en eso: un mero proceso mecánico. Es decir, para que no sigamos con nuestra costumbre de deshumanizar todo lo humanizable, y podamos tener una conversación normal, como surja, de lo que sea y en el momento que se de, sin tener que pensar ni preocuparse por nada más.
Eso, señores, es lo que verdaderamente vale la pena. Y por lo que hay que luchar. Por eso y por las personas, que son las que lo hacen posible. Todas ellas. No el chico o chica que me gusta, no mi familia porque estoy obligada, no mis amigos por compromiso, no mi jefe, no el que tiene dinero. Sino todos. La señora con la que me cruzo en la frutería, el taxista que me lleva a casa, o el tipo que pierde el autobús a la vez que yo.
Eso, señores, es lo que verdaderamente vale la pena. Y por lo que hay que luchar. Por eso y por las personas, que son las que lo hacen posible. Todas ellas. No el chico o chica que me gusta, no mi familia porque estoy obligada, no mis amigos por compromiso, no mi jefe, no el que tiene dinero. Sino todos. La señora con la que me cruzo en la frutería, el taxista que me lleva a casa, o el tipo que pierde el autobús a la vez que yo.
Porque, por mucho que no queráis daros cuenta, tan sólo pensad en cuántas veces habéis recordado una conversación. Algún trozo de ella que os marcó por algún motivo, aunque sólo fuese una única palabra. Algo que hizo la diferencia en lo que parecía un diálogo desenfadado y desentendido.
Es entonces, y sólo entonces, cuando comprenderemos que ese tipo de comunicación, la verdadera, la  real, la que se siente y se palpa, no puede ni debe ser sustituida. Que nunca se habla ni se escucha de más, porque nunca sabes cuándo una palabra o frase va a cambiar la vida de alguien en un momento determinado.
Y porque, por encima de todo, las personas siempre tendremos el "poder" o al menos la ilusión de él. Porque la naturaleza humana es maravillosa, y porque no cambio todo lo que he pasado aquí por buena suerte, si perdiese por el camino a toda la gente que ahora me rodea.
 
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