Un autobús en marcha. 15,07 horas. Un día cuya fecha no importa. Yo y mi sombra. Un autobús abarrotado. Yo y mis pensamientos. Yo y mi reconciliación con el transporte público...
Monté en el autobús, pasé la tarjeta por el lector y me dirigí al final del mismo, a buscar un asiento libre. 
Como era bastante tarde había mucha gente dentro y sabía que en el largo viaje que me esperaba (largo para tratarse de un recorrido en un autobús urbano), se seguiría montando mucha más y que si me sentaba, tarde o temprano tendría que levantarme para cederle el asiento a alguna persona más mayor. Sí, sé que muchos no hacéis eso. Es más, yo misma reconozco no hacerlo siempre, por el simple hecho de que cuando cojo el autobús a las 6.55 am, lo último que me apetece es pasar los cincuenta minutos de pie cargando la mochila. Así que me hago la loca. Llamadme mala si queréis, pero es inhumano ir de pie a esa hora...
Como era bastante tarde había mucha gente dentro y sabía que en el largo viaje que me esperaba (largo para tratarse de un recorrido en un autobús urbano), se seguiría montando mucha más y que si me sentaba, tarde o temprano tendría que levantarme para cederle el asiento a alguna persona más mayor. Sí, sé que muchos no hacéis eso. Es más, yo misma reconozco no hacerlo siempre, por el simple hecho de que cuando cojo el autobús a las 6.55 am, lo último que me apetece es pasar los cincuenta minutos de pie cargando la mochila. Así que me hago la loca. Llamadme mala si queréis, pero es inhumano ir de pie a esa hora...
Busqué un hueco donde asentarme (que no sentarme), pegada a una de las ventanillas. Aunque me encanta mirar a través de él, nunca paso todo el trayecto mirando por el cristal, ni siquiera la mitad del viaje. A veces se te olvida que lo más interesante y complejo que hay en el universo son las personas. Nosotros y todo lo que conllevamos. Nosotros y nuestros sentimientos, nuestras sensaciones, nuestros comportamientos y pensamientos. Nosotros y nuestros miedos. Nosotros y nuestra actitud. Por ello, suelo pasar la mayor parte de los viajes observando al resto de pasajeros. Lo que hay fuera del autobús es casi tan interesante como lo que hay dentro, pero no lo sobrepasa.
Apoyé mi espalda en la ventanilla, aunque ligeramente volteada para poder alzar la vista hacia la calle y hacia el interior del autobús a partes iguales. Era un día soleado de invierno, y aunque no hacía exactamente calor, se podía soportar la ventanilla ligeramente abierta. La abrí despacio, de forma casi imperceptible para que nadie me pidiese que la cerrara. Nunca se te ocurra hacer nada con el autobús  permitiendo que otro de los pasajeros lo vea. Repito: nunca. Si es invierno y abres la ventana, alguien se quejará del frío, pero si es verano, alguien dirá que está el aire acondicionado puesto y se va el fresco; si hay una temperatura intermedia alguien te dirá que el viento le molesta en la cara, que tiene alergia o que se despeina. Si por el contrario la cierras, en invierno alguien te dirá que los cristales se empañan, si es verano hace mucha calor para tenerlas cerradas, y si la temperatura es intermedia seguro que hay alguien 'mareado' que necesita un poco de aire. Lo mismo ocurre con los autobuses que tienen cortinas: no las toques porque a alguien le molestará la luz y a otro alguien la oscuridad.
Así las cosas, mi truco es ponerme siempre cerca de una ventana y en un momento del trayecto, mirar a mi alrededor con cautela como si fuera a cometer mi mayor fechoría, y abrir (o cerrar, según sea el caso) una pequeña franja de la ventana. Una vez conseguido eso sin que nadie se haya percatado, el truco está en ir moviendo la ventana cada oportunidad que tengas, pero tan sólo unos milímetros cada vez...poco a poco...muy despacio...sin que nadie lo note... Así, muy bien. Puede que mientras logras dejar el cristal en el sitio que querías llegues a tu destino, pero bueno, son cosas que pasan; ya tendrás oportunidad de mejorar tus habilidades en el próximo viaje. Para mí, el mejor momento para hacer el primer movimiento es aquel en el que el autobús se aproxima a una de sus paradas, se para y comienza a abrir las puertas. Esos son los segundos claves: los segundos que transcurren entre que el chófer aprieta el botón que abre las puertas y el que el primer futuro pasajero de esa parada está pagando. ¿Que por qué? Porque en cada parada en la que se monta alguien, el resto de pasajeros del autobús dirigen su vista al frente, calculan mentalmente el tiempo que tarda el chófer en estar allí parado, evalúan los minutos de su vida que pierden, analizan si el pasajero que se está montando en esos momentos es apto para subir a ese autobús y si es apto para sentarse a su lado. Si el pasajero considera que la persona es digna de ocupar el asiento más próximo a él, el procedimiento consiste en quitar las bolsas/ bolso/ mochila/ cualquier-herramienta-que-lleve, y desplazarse hacia el asiento más alejado del pasillo para que el que está a punto de subir pueda acceder al con facilidad, esto es: sin tener que hacer malabarismos, tirar al suelo sus cosas, desplazar las bolsas/ bolso/ mochila/ cualquier-herramienta-que-lleve del otro pasajero, pisarlo, tirarle del pelo al que ocupa el asiento de delante, y casi tumbar el autobús para poder llegar al asiento libre. Gracias querido ciudadano del autobús, por ceder el sitio más alejado del pasillo pudiéndote cambiar al mismo.
Como venía diciendo tras toda esta parafernalia, y como habrás deducido es éste el momento perfecto en que nadie notará que la ventana se mueve (y menos aún si el que está tratando de sentarse choca su cabeza con el cristal de la ventanilla de enfrente y la gente se debate entre la risa y la 'educación'). Pero aún así, siempre hay gente que nunca notará nada en un autobús, gente cuya mente y cabeza física se dirigen hacia otro lado, personas que están como ausentes... Y no, no me refiero a los dormilones, ni a los lectores. Exacto: los 'smartphonistas' del autobús. Esos no ven nada. Esos no están hasta que el autobús los deja en su parada. Y aún entonces, salen a la calle con el smartphone y siguen andando mientras leen o escriben mensajes en su pantalla. Todos somos los 'smartphonistas' del autobús en algún momento del trayecto, pero sinceramente, olvidarnos de vivir por convertirnos en ellos...
¡Vaya! Como esperaba, mientras contaba esto e intentaba abrir un poco más la ventana se ha acabado mi trayecto.
Sólo quería decir que ese día aprendí cómo comportarme en un autobús. Que desde entonces este tipo de viajes no suponen para mí cortas estancias, sino momentos muy especiales de mi vida que quedan en un rinconcito de mi mente guardados para siempre...hasta que un día como hoy decido volcarlos por escrito.
 
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