He conocido a alguien.
He conocido a alguien de forma tan absurda y bella que se ha convertido en mi mejor película.
Y el tiempo, tan efímero, que tenemos para seguir conociéndonos,
las circunstancias en las que estamos inmersos
y las experiencias que nos ha brindado la vida,
las circunstancias en las que estamos inmersos
y las experiencias que nos ha brindado la vida,
están tan en contra,
que ya sé que va a ser a la vez mi peor cortometraje.
No puedo creer cómo me siento. Ni lo poco que esperaba sentirme así.
Ni siquiera esperaba volver a verlo, tras la primera vez que nos conocimos.
Ni siquiera conocerlo, tras la primera vez que hablamos.
Ni siquiera tener una cita.
Ni siquiera verlo prácticamente todos los días.
Sin cansarme.
Yo.
Realmente no recuerdo la última vez que conocí a alguien cuya presencia solo me diera ganas de más.
Cuyo tiempo compartido lo único que conseguiera fuera que me faltaran minutos para pasarlos juntos.
Alguien con quien cada conversación,
cada risa,
cada mirada,
cada paseo,
cada paisaje contemplado,
cada plan,
cada minuto
y cada no hacer nada
valiera por millones con cualquier otra persona.
O con miles de ellas.
Cada segundo con él es magia.
Hemos vivido cosas tan parecidas,
que a veces siento que estoy hablando conmigo misma.
O que no necesito hablar en absoluto.
Pensamos de manera tan similar,
y nos paseamos por la vida con una actitud tan idéntica,
que cada cosa que hacemos juntos cuenta el triple
porque es algo que yo siempre he querido hacer.
Pero ahora es a dos.
Es recíproco.
Y sin tener que pedirlo.
He conocido a un pájaro, tan libre como yo.
Con la misma ansia de vida, y la misma manera de mirar al mundo.
Con la misma actitud maravillada hacia las cosas
y la misma sorpresa y cariño a cada persona especial que conoce.
Y aquí estamos los dos.
Con la misma actitud hacia el otro.
Con la misma perplejidad.
Descubriendo a una persona especial.
Apreciándola cada día más.
Y con el tiempo en contra.
Viviendo, sufriendo y aferrándonos a cada minuto
como quien se aferra a cada aliento de vida sabiendo que supone una bocanada menos de aire que respirar antes de morir.
Soy inmensamente feliz cuando estoy con él.
E inmensamente triste sabiendo lo que todo esto va a suponer, en apenas unas semanas.
Tengo pánico.
Pánico porque sé que no hacer nada es lo correcto.
Ambos lo sabemos.
Y sé que tiene razón cuando lo dice.
Pero ni siquiera sus palabras van en concordancia con sus preguntas, con sus acciones.
A veces siento que él también está atrapado entre lo que debe hacer y lo que de verdad quiere.
Y tiene gracia, esta frase siempre me ha parecido un cliché de película.
Uno de esos que siempre me ponían nerviosa.
Y ahora, a estas alturas, en estas circunstancias, lo entiendo.
Entiendo lo difícil, casi imposible, que sería intentar mantener esto, en el tiempo, la distancia y las situaciones.
Una parte de mí está completamente de acuerdo con esa frase suya, y hasta la piensa desde el principio.
Yo no tenía expectativa ninguna cuando lo conocí.
Sé lo que hay desde el principio.
Sé que te vas.
Le digo.
Pero hay otra parte de mí,
ni siquiera tan escondida,
que siente que todo eso da igual.
Que no es tan imposible.
Que no debería serlo.
Y que no entiende por qué los dos estamos cediendo a lo que deberíamos hacer e ignorando tanto la parte que nos indica realmente lo que queremos.
Y luego hay una tercera parte que no me reconoce.
Que no entiende que a estas alturas, y tras tanto pasado, esté no solo dispuesta, sino deseando, hacer lo que sabe que nunca le ha funcionado.
Pero sí entiende que si por alguien merece la pena obviar todo lo demás y sufrirlo, es por él.
Porque se encuentra a una persona así en un millón de años.
Y cuáles son las probabilidades de que esto, lo que me está pasando, me vuelva a pasar.
Y cuánto quiero, realmente, que me pase con alguien en algún momento, que no sea él.
He conocido a otro pájaro.
Como yo.
A corazón abierto.
Un pájaro con el que he compartido mis miedos más profundos en apenas unos días.
Con el que he intercambiado historias y episodios de vida que nos dejaron las mismas sensaciones y recuerdos.
Con el que he debatido sobre todo lo debatible y filosofado sobre preguntas en torno a lo más personal.
De esas que a mí misma me encanta hacer.
Y juro que ha convertido aquel banco del parque en el lugar al que volveré a sentarme a recordar, reír y llorar cada día que note su ausencia.
Y juro que aquel parque...
Aquel parque ha pasado a ser el espacio más íntimo, sagrado e irreal en el que he estado jamás.
Lo ha convertido en magia.
Ha conseguido que el tiempo,
el espacio,
el clima,
los pensamientos,
los prejuicios
y las preocupaciones desaparezcan en un solo lugar.
Me ha regalado las mejores sensaciones humanas que puedo experimentar.
Y la felicidad más genuina que me puede aportar alguien.
Me ha hecho vivir,
no una,
sino mil escenas de película en apenas una semana,
y las que sé que nos quedan por protagonizar en un mes.
Me ha hecho sentir mi yo niña
más pura e inocente
y más abierta a los romances auténticos.
A los buenos y bellos.
He conocido a un pájaro.
De verdad.
A un pájaro hermoso, puro y auténtico.
Y tengo el mismo miedo de que eche a volar,
que de que sea yo la que salga volando,
de que ninguno de los dos vuele,
que de que nunca consigamos volar juntos...
Y ya me duelen las alas por inercia
de tan solo imaginar el momento de la partida...
No hay comentarios:
Publicar un comentario