Esta entrada la publico así, sin más, tal como se la envié en uno de nuestros correos/cartas a mi mejor amiga del otro continente. Sin retoques, sin maquillar, sin tapar, sin ocultar, sin cambiar experiencias ni nombres, sin evitar el compromiso, la vergüenza, la aceptación y la parte más interna de mí.
Así, porque sí, a corazón abierto, reflexionando uno de estos días como cualquier otro.
Espero que no sea precisamente el lector, el que juzgue demasiado...
Creo que no estoy hecha para las relaciones.
No sé... Si estoy hecha para las relaciones.
La verdad, no lo sé. 
Y hacía mucho, muchísimo tiempo que no pensaba así. Muchísimo que no creía en mi carencia de aptitudes o capacidades sociales para según qué situación o circunstancia. 
Pero, lo creas o no, solía pensar en esto mucho cuando era pequeña. 
De muy pequeña, creciendo en un entorno de bullying en el que no tenía amigas, y las que creía que sí lo eran, tenía obviamente un concepto muy erróneo de amistad. 
Saliendo de ese entorno, creciendo en una familia ya de por sí silenciosa, que obviaba los problemas, a la que yo nunca le añadí los míos, de los que salí sola para entrar en un divorcio y un hermano pequeño sufriéndolo aún más que yo. 
No es de extrañar, o no debería haberme sorprendido, de estas carencias, o creencia de ellas, teniendo en cuenta estos inicios en la vida. Incluso y mayoritariamente en eventos familiares, donde no me integraba ni con las personas más cercanas, empezando con mi hermano, la persona que siempre quise más en este mundo. "Por qué no puedo comportarme con normalidad como el resto de gente", pensaba continuamente, en cumpleaños, navidades, y otros eventos que me pasaba llorando, sin hablar, y contestando mal. 
Poco a poco, creciendo, entrando en la adolescencia, empezando realmente a hacer "amigos y amigas", fui aceptando esos traumas de familia pensando que, tal vez, la gente tampoco actuaba normal. Que lo único que todos hacíamos era intentar sobrevivir a los eventos. Solo que había gente que se esforzaba más en fingir que yo, o prestaba menos atención a lo que realmente llevaban dentro. 
Como digo, entrando en la adolescencia, empecé a acercarme por primera vez a gente de forma amistosa, o se me empezaron a acercar a mí. Y me dije: listo, no había nada de malo conmigo, pero la familia es diferente. 
Pero pronto me di cuenta de que no, de que algo malo seguía habiendo. Que no podía comportarme como las demás chicas y, es más, ni siquiera tenía amigas. No tuve una verdadera amiga hasta la universidad. Mis "amistades" de instituto se resumieron a chicos, y alguna chica con la que fingía mantener amistad pero que realmente nunca tuvimos de forma sincera. No podía. Era superior a mí. Todo parecía ser fingir.
Por qué no me interesaban sus conversaciones, sus salidas, sus hobbies. 
Al encontrar tan fácilmente mi sitio entre los chicos, me decía a mí misma de nuevo que realmente no tenía un problema, simplemente era un poco distinta. Aunque claro que, más aun en la adolescencia, las diferencias con ellos también se evidenciaban enormemente en bastantes ocasiones. 
Así pasé a tener mi primer novio. Algo que me cambió toda idea y que me hizo abrirme de una forma nueva.
También hice muchos amigos y amigas en esa época.
Pero, pasado el tiempo de la relación, se evidenció una vez más, que no era capaz de mantener ni la una ni la otra. 
Así era, no me consideraba hecha para ningún tipo de relación. Cuando envolvía la familia de la pareja (y eso prácticamente perdura hasta hoy), era aun peor que lidiar con la mía. 
Y el problema mayor, era que todo esto no menguaba, sino que el aceptarme a mí misma como diferente, ganar en confianza, razonar más y crecer, para bien o para mal, no hacía más que afianzarme en mi postura y no pretender cambiar. Que la gente tenía que aceptarlo así y ya.
Más en la adolescencia/juventud, cuando ya no había parejas o las había y no importaban tanto, seguí perdiendo amigos y amigas. Círculos en los que no encajaba. O personas con las que podía estar a solas pero no en grupos grandes. Salidas a las que no podía ir porque no las disfrutaba. Tríos que evitaba porque me desesperaban. Tuve tantísimos tantísimos grupos y amigos distintos en esos años, y a la vez tan pocos...
En el momento en que alguien se acercaba demasiado durante "demasiado" tiempo, me acababa cansando. Y era así de simple y crudo. Me cansaba y una parte de mí acababa autosaboteándome de alguna forma para que todo fuera a mal sin que fuera objetivamente mi culpa. 
Luego me arrepentía, claro, y mezclado con ese turbio periodo de cambios hormonales adolescentes, me pasé gran parte de esa época lamentándome por personas que había perdido (aunque hubiera sido mi culpa), obviando a las que estaban presentes en ese momento, y haciendo que pronto, pasaran a ser perdidas también.
Afianzada en la idea de que no estaba hecha para relaciones. De ningún tipo. Familiares, amistosas y mucho menos amorosas. Si lo tengo que pensar, ni siquiera sexuales. 
Y cuando digo que hacía mucho que no me pasaba esto quiero decir que llevo bastantes años teniéndome en una estima tan alta que no creo que me sabotease o atacase a mí misma de una manera tan dura como en ese periodo adolescente. Y digo lo de la estima, aun siendo consciente de que en ocasiones no lo ha parecido para la gente de mi alrededor. Pero así es. 
El caso es que sí, esos años adolescentes me los pasé creyendo (durante bastante tiempo) que era incapaz de mantener relaciones de ningún tipo. Que no estaba destinada a ese amor, ni a esas amistades para toda la vida. Algo que, una vez más, podría haberse entendido considerando mi "soledad" en mi buena primera década de vida. 
Y, contra todo pronóstico, en lugar de hundirme en la miseria por ello, aunque al principio me lamenté millones de veces y repasaba mentalmente y por fotos una y otra y otra vez cualquier tipo de persona con la que había perdido el contacto en los años anteriores (y mucho, porque esto siguió ocurriendo a veces de forma aleatoria hasta hace pocos años), lo acepté bastante rápidamente. Como todo en la vida. Lo acepté y me acepté y me dije a mí misma, en lugar de darme cuenta de que ese pensamiento no era real, que "tenía que haber de todo en este mundo". Que yo siempre había sabido que era bastante solitaria e independiente y que si tenía claro lo que quería en la vida y cómo hacerlo, y era capaz de fingir entre la gente para tener un mínimo de "bastante" contacto social, poco importaba si no me duraban esas personas. La gente se olvidaría de mí y me sustituiría, mientras yo sería la que los acumularía a todos y dolería en silencio.
Pero yo sabía doler. Siempre he sabido. Y sabía no hundirme en ello. 
Y así fue, durante años, encontrando a personas más afines a mí y disfrutando un poco más, pero manteniéndome firme en las cosas que no disfrutaba y cancelando planes muy tranquilamente y respondiendo como me apetecía creyendo que estaba en todo mi derecho porque no pretendía llegar muy lejos. 
Con la familia, ni hablemos, literalmente. Porque era aun peor. Y, lo mejor de todo, era que la hipocresía llegaba a tal que nadie parecía darse cuenta. Con poner un par de sonrisas y contar tres tonterías cuando se era preguntada, nada importaba. Lo cual me reafirmaba aún más. 
Sabía que había algo en mí que me impedía mantener relaciones, y era mejor así para la gente. 
El paso de los años, las experiencias, las vivencias y mis locuras, y sobre todo mi coraje, crecimiento y la suerte de las personas que he encontrado en mi camino, sobre todo en los últimos años, me hicieron darme cuenta, obviamente, de que sí podía mantener amigos. 
A veces entro en pánico y pienso que también acabarán. A veces tengo tendencia a repetir actitudes y comportamientos, patrones, y me descubro a mí misma echándolo todo a perder.
Y lo he seguido haciendo. Bastante. Y hace bastante poco. 
Pero con el tiempo también he aprendido que, aunque no debería ser justo, por mucho que repita patrones, al final lo único que estos consiguen (la mayoría de las veces), es descartar a la gente que seguramente se habría ido de otra forma. Los que, realmente, no iban a durar ni por sí solos.
O eso quiero creer.
Tengo amigos y amigas increíbles y espero tenerlos siempre. Creo que sí estoy hecha para la amistad. 
Pero, aunque todos estos pensamientos deberían ser (y creía que lo eran) etapas, aquí estoy, no sé cuánto tiempo después.
Y pienso, sigo pensando, que no estoy hecha para las relaciones. Aunque en este preciso momento solo lo reduzcamos a la relación de pareja y dejemos en suspensión todo lo demás (la familia aún queda en duda, y espero que las otras sí perduren). 
En cuanto algo empieza o tiene síntomas de empezar, me pierdo. Vuelvo a patrones. No estoy segura de nada. Me autosaboteo. Lo estropeo todo. Hago daño. O, peor aún, me pierdo a mí misma y me echo a perder.
Entro en un círculo vicioso, caigo en el pozo sin poder salir o querer hacerlo, sin ser, en todo caso, capaz, cuando debería hacerlo, y solo cuando ya no puedo más o de repente se me cruzan los cables, lo hago. 
O no sé qué hacer, o no sé qué quiero. O no creo saberlo. 
Y en todo ese proceso, del que ni me doy cuenta que sigo siendo parte o que sigo creando, lo pierdo todo y a todos, me hago daño a mí, a él, a ella y a ellos. 
Y peor aún, es el hecho de que cuantas más vivencias y experiencias o, como les gusta decir a los "optimedia", "lecciones", en lugar de aprender, caigo antes en los patrones. Porque los relaciono todos. Los confundo. Los mezclo. 
Me mezclo con todas mis versiones de mí en todas mis peores situaciones.
Y dejo de ser Irene... Para no ser más que un caos absoluto...
Y así, sin conclusión alguna, sin revisión, sin corrección, y agotada mentalmente para releer nada, te envío el que probablemente sea mi correo a mayor corazón abierto que he enviado nunca, porque repasa traumas, y remordimientos profundos, historia de una media vida. 
Y, sin embargo, casi no he sentido nada escribiéndolo...
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario