Y ahora estoy aquí,
sentada en el suelo,
donde tantas veces estuve,
donde tanto pasé
y donde tanto te hice pasar.
Y me doy cuenta de que nunca llegamos a aquel invierno soñado.
A aquel del que tanto hablamos.
Que al final estaba todo lleno de promesas vacías.
Como siempre...
Como todo...
Haciendo planes de futuro,
tan lejanos como el próximo fin de semana
o esa misma tarde.
Tan obvios como la próxima estación,
o el siguiente gran evento familiar.
Sin saber nunca si de verdad es posible llegar.
Obviando que la vida cambia en un segundo,
o en medio.
Creyendo que todo se cumple,
que la gente nunca se va,
que las personas nunca cambian.
Que las circunstancias,
y situaciones,
no condicionan la mayor parte de la vida,
y los deseos,
de una persona.
Imagínate de dos...
Y así vamos,
saltando de una a otra,
perdiendo a personas que creíamos eternas,
para sustituirlas por nuevas eternidades.
Gente inamovible,
que de repente no para quieta.
Situaciones infinitas,
que de un día a otro son todo lo contrario.
Sentimientos que llenan y ahogan,
a partes iguales,
y que de repente simplemente desaparecen.
Ya no existen.
Se pierden con el viento como un último suspiro
Y entre todos esos cambios,
la vida pasa.
Cada vez que alguien llega,
y se va,
o se va,
y llega,
y vuelve,
o no,
nos falta el aliento.
Perdemos oxígeno,
la razón,
y hasta las ganas de seguir viviendo.
Creemos que hasta ahí llega todo.
Que se acaba.
Que no podemos dar más de nosotros.
Ni seguir sufriendo.
Que no podemos continuar como si nada,
nuestra rutina,
trabajo,
vida.
Que no podemos respirar,
ni volver a dormir tranquilos,
nunca más...
Pero donde estaríamos realmente si tan siquiera la mitad de las veces que sentíamos que nos faltaba el aire, nos hubiese faltado de verdad.
O si no nos hubiésemos recuperado, todas las veces que creíamos que no podíamos hacerlo.
Que no podíamos volver a ser nosotros.
Al final, la vida está llena de promesas que nunca se cumplen.
Las que nos hacen,
las que nos hacemos,
las que creemos sin querer y las que no sabemos que tenemos pendiente.
Decepciones que nos creamos,
en la mayoría de los casos,
nosotros mismos.
Expectativas vacías.
No porque no se basen en nada,
sino porque están hechas de demasiado.
De demasiado poco tangible.
De demasiada confianza en la gente.
De demasiada desconfianza en nosotros mismos.
Y así seguimos.
Día tras día.
Año tras año.
Vida tras vida.
Perdiendo el aire y recuperándolo.
Creyendo morir
(y queriendo)
y redescubriendo las ganas al segundo siguiente.
Dándonos cuenta de que al final nunca era para tanto.
Y así seguimos.
Nunca aprendemos.
Puede que para siempre.
O por mucho... mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario