martes, 11 de agosto de 2015

Cuando viajas. Americanos y europeos

Los europeos somos un conjunto más o menos homogéneo, por mucho que lo neguemos. 
Y otro tanto pasa con los americanos. Los del Norte y el Sur, Estados Unidos y América Latina.
Somos un todo al que pertenecemos, más allá de nuestra aldea, pueblo, ciudad, comunidad, estado o país. Tenemos mentalidad europea y ellos mentalidad americana. 

Y aunque en un principio yo no me considero mentalmente europea cuando soy española -y a veces ni siquiera creo tener mentalidad de España-
(yo no tengo "nada" en común con un inglés, un alemán o un polaco); y aunque los mexicanos o los argentinos no se consideren mentalmente americanos (no tienen "nada" que se les parezca a un estadounidense); lo cierto es que nos equivocamos.

La mentalidad europea y la americana no son, ni siquiera, dos caras de una misma moneda. Más bien son algo así como dos estados de un mismo proceso. 
Aunque quizás llegue un punto en el que difieran. Y tal vez sea así. Tal vez sea ese el instante en el que la evolución toma dos caminos distintos, dos sociedades opuestas, y dos tipos de personas completamente diferentes entre sí, pero absolutamente inmersas en sus respectivas culturas.
Y no. No se entienden igual los europeos entre sí (y supongo que los americanos también sienten lo propio), que alguien de Europa con alguien de América.

Pero la mentalidad europea y la americana no tienen NADA que ver. Y lo digo con el conocimiento de causa que he podido adquirir en el poco tiempo que llevo aquí. Las diferencias van mil veces más allá de aspectos físicos, horarios, empleos, fiestas o comidas. Diez veces más lejos que unos bailes, un idioma, una ropa, un acento o un tipo de música.
No, no es eso. Esas diferencias y similitudes también las tenemos en Europa. Y más aún: casi consideraría que tenemos más cosas en común mexicanos y españoles que cada uno de ellos con sus respectivos compatriotas. Y puede que sea cierto. 
Pero no, no es eso a lo que voy.

Las diferencias entre continentes se basan en una forma de vida, de verla o de sentirla.

Es la manera en la que aprendemos sobre el mundo, sobre la historia o sobre nosotros mismos. Sobre la vida y sobre la muerte. El cómo miramos, pensamos, cómo sentimos o cómo nos emocionamos.

Es la expresión del pensamiento y de los sentimientos. La forma en la que se mira sin ver y se oye sin escuchar. En la que se huele sin identificar a qué pertenece el olor, o se siente un roce sin percibir la materia que lo provoca.

Como cuando escuchas una palabra que llevas años conociendo, y de pronto la entiendes, diría una buena amiga.

Yo sé cómo conquistar a las de mi especie, pero las europeas son distintas. No las entiendo, me dijeron hace poco. 
Ni entre los propios europeos las entienden, contesté yo.

Espero que el concepto se vea claro. O sea, algo tan simple como las típicas "armas de mujer", las conocidas "señales" o las tradicionales "indirectas". Incluso eso es distinto. 
Ojo, que no quiere esto decir que seamos de planetas distintos, que haya que sufrir una inmersión cultural intensiva para saber moverse por la calle o relacionarse con la gente. Nada más lejos de la realidad.

Pero al mismo tiempo son diferencias tan divertidas, tan notorias y tan básicas y primordiales que resultan casi imposibles de concebir, ¿no es cierto?

A lo que voy es a que un concepto tan manido como son los pensamientos europeos o los americanos, algo tan abstracto como esas palabras que te llenan la boca sin saber lo que quieren decir, adquieren un significado concreto y distinto cuando las usas en contexto. Cuando sales. 

Cuando te mueves. Cuando conoces. Cuando te mezclas. 

Cuando entiendes.

Cuando viajas.


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