jueves, 26 de marzo de 2020

Lo absurdo de la comunicación

¿No resulta raro, e irónico, compartir calle?

Siempre hablamos de estar en un ascensor con gente, o en una fiesta o reunión en la que no conoces a nadie. La incomodidad, los silencios.

Pero, ¿qué hay de la calle? 

Un bar, un restaurante, una tienda, una acera. Lugares que hemos creado nosotros, como seres humanos, que aun así compartimos. 
Lugares en los que estamos todos juntos, pero en los que no es "normal" hablarse. 
Resulta raro. 
No es raro estar juntos dentro, en pequeños grupos, aunque sea un mismo lugar y aunque estemos a menos de un metro los unos de los otros. Pero sí ponerse a hablar.
Si te ríes a carcajadas, o hablas fuerte, te tienes que limitar. Pero a la vez estás con tus amigos, ¿no? Y es un lugar público. Deberías ser libre.
Pero a la vez hay que hablar con secretos para que todo aquel que esté cerca no te oiga, porque es tu vida privada. 
¿Entonces cómo es eso, en un lugar público en el que se debería estar bien y sentirse libre?

Y lo mismo sucede si son los otros los que lo hacen. 
Ponemos el oído, los miramos raro. 
Juzgamos, pensamos o comentamos lo que dicen.
Qué hacen hablando tan fuerte. Como si no fuese un lugar público.
Quién habla así. Como si nosotros no hiciéramos lo mismo con personas con las que estamos cómodas.
Pero qué están haciendo de su vida. Como si las nuestras no fueran lo suficientemente desastrosas o no las hubiéramos llenado de malas decisiones a lo largo de los años...

Porque eso somos los seres humanos. No sabemos llevar nuestras vidas pero nos encanta decirles a los demás cómo tienen que llevar la suya. Y cómo no.

Pero aun así, no podemos mirarnos unos a otros: no nos conocemos. 

Nos cruzamos con gente en un lugar que compartimos, pero tenemos que hacer como si no existiera.

¿Lo lógico no sería hablar todos juntos? ¿Beber todos juntos? ¿Compartir, de verdad, sabiendo que somos lo mismo y vamos a ese lugar a hacer la misma cosa?

Pero no. Eso solo sucede en situaciones embarazosas: cuando nos vamos a chocar con alguien, cedemos el paso, o agarramos la misma prenda de ropa. 
Solo cuando hay choque, hay comunicación.

Y, sin embargo, ahora, que no podemos compartir espacios, que no puede haber choque, que estamos de verdad libres y cómodos en casa, ahora hablamos. 
Ahora nos conocemos. 
Ahora salimos al balcón a hacer cosas con los vecinos. Los mismos vecinos a los que evitábamos por las escaleras. 
Con los ex compañeros de clase a los que les bajábamos la mirada o cruzábamos de calle al verlos venir desde lejos.

Ahora, que no hay manera de que se produzca choque alguno, sin embargo, hay comunicación.

Ahora, que no compartimos nada, en realidad lo compartimos todo. 
Como si la calle, la ciudad y el mundo no hubieran sido suficiente. 
Como si antes no compartiésemos absolutamente nada.

Como si no nos diéramos cuenta de dónde vivimos...
Como si no entendiéramos que hay más personas rodeándonos, hasta que no nos cruzamos con nadie.
Como si nuestro edificio, y nuestra calle, no hubieran sido lugares abiertos y sociales, hasta ahora. 

Como si hubiéramos vivido solos todo este tiempo... 
Como si nunca hubiesen importado los demás.
Como si ahora, a las malas, cuando no somos nadie, ni todos...
Ahora, somos todos uno.

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